EL DESAFÍO DEL MOMENTO: Izquierda Nacional Democrática o Partido Obrero Revolucionario
Desde la segunda vuelta electoral, que culminara con el pacto “Juntos Podemos Más” diluido por el apoyo a Bachelet, la “Izquierda” se ha visto borrada del escenario político y, virtualmente, tragada por la Concertación.
En este proceso la responsabilidad central recae en el Partido Comunista que durante todo este año no ha hecho otra cosa que “tomar tecito” con el enemigo. Este es el necesario resultado de la escandalosa capitulación a Bachelet, la cual se realizó bajo la condición de que ello permitiría reformas al sistema electoral binominal, de forma de pasar a uno que permitiera la cabida al PC en el parlamento. Un “trinominal” hecho a la medida de los estalinistas que hoy en día subordinan las movilizaciones y el accionar de las bases, a la expectativa de incorporarse al Parlamento. Vistas las cosas como el propio PC lo plantea, la revolución democrática, el sueño bolivariano, el otro mundo posible y todas las cantinelas y lugares comunes con que el estalinismo pretende desarrollar su política democratizante y electorera, están subordinados a la capacidad que tengan de llegar a un buen acuerdo con los fascistas de Renovación Nacional y el propio Sebastián Piñera.
Esta contradicción entre las necesidades de los explotados y la política de colaboración de clases del estalinismo, que es la principal fuerza de la izquierda, se ha puesto al rojo vivo durante lo corrido de este año, en que la movilización de los secundarios, la huelga minera y el movimiento de la Salud y el Magisterio, han dado cuerpo a un generalizado despertar del movimiento de masas.
Por lo expuesto, resulta indiscutible que el principal problema de las masas, en este nuevo ascenso, lo constituye la ausencia de una auténtica dirección revolucionaria. En este debate nos incorporamos en estas líneas, con la clara determinación de derrotar las concepciones electoreras, democratizantes y colaboracionistas de clases, alzando la política del proletariado.
Crisis del capitalismo a escala mundial
Las fuerzas productivas han dejado de crecer, la decadencia del modo de producción capitalista en su fase terminal imperialista, abre la época de la revolución socialista mundial. Esta crisis capitalista, calificada de superior por Lenin hace casi un siglo, en los albores de la Primera Guerra Mundial, no ha hecho otra cosa que profundizarse, hacerse crónica y generalizada.
El día de hoy dicha caracterización emerge virulenta dominando la situación política mundial. La llamada crisis energética es un síntoma más -uno de los más convulsivos- de la incapacidad de la gran propiedad privada de los medios de producción, para permitir el desarrollo de las fuerzas productivas.
Las grandes corporaciones y grupos transnacionales, estructurados sobre la base del capital financiero, sólo logran mantenerse en pie a condición de barrer con las conquistas laborales del proletariado en los países metropolitanos y del saqueo de las economías de los países semicoloniales. Pero la voracidad de la burguesía imperialista resulta insaciable y no logra dar estabilidad a la economía mundial. En no más de una década han virtualmente barrido con la industria de los ex Estados Obreros de Europa del Este, Estados que han emergido en el concierto mundial semicolonizados por las fuerzas imperialistas, llevando a estos países al atraso pre revolucionario.
La supuesta “excepción” China no es tal. El llamado “gigante asiático” a pesar del triunfo revolucionario que significó la expropiación de la burguesía, nunca dejó de ser un país atrasado –a diferencia de los Estado Obreros del este europeo altamente industrializados- y hasta no más de dos décadas el 80% de su población era rural y los beneficios sociales sólo alcanzaban a una minoría del sur del país. La expansión económica china parte de la base de este atraso colosal, de la explotación de mano de obra de esos mil millones de campesinos que vienen huyendo de las hambrunas y que son sometidos a regímenes laborales de semi-esclavitud. La dinámica de nacimiento de una burguesía china está marcada por la opresión del capital financiero internacional que es en definitiva el que tiene el verdadero poder en China, en alianza con la burocracia maoísta.
En este contexto, la crisis energética –como decíamos- es la expresión más visible –pero superficial- del agotamiento de la propiedad privada, expresada como hiperconcentración de capital. Este rasgo estructural viabiliza los crecientes choques interimperialistas y las medidas proteccionistas de las potencias imperiales, que preparan el terreno para el estallido de conflictos bélicos como único instrumento para resolver las crecientes contradicciones del capitalismo.La invasión a Irak y Afganistán, la reciente ofensiva sobre el Líbano, la campaña de terror sobre Irán, Siria y Corea del Norte, dan cuenta de la lucha despiadada del imperialismo norteamericano por imponerse frente a las otras fracciones imperialistas (Francia y Alemania) en el reparto del botín del saqueo del oriente. Frente a estas acciones militares, las potencias europeas han seguido el camino de buscar vías de asociación y participación (vía Naciones Unidas) como lograran efectuar en la década pasada en Europa del Este, pero esta vía política aparece cada vez más limitada acentuando el choque entre las potencias. En este marco, un abierto enfrentamiento militar entre potencias imperialistas resulta inevitable.
La hiperconcentración de capital, el ataque a la clase obrera mundial y a las economías semicoloniales, con los rasgos genocidas de la guerra imperialista en medio oriente, es la base que no exista ni el más mínimo espacio para el desarrollo de una burguesía progresista, ofreciendo -por el contrario- la burguesía una política de reacción y contrarrevolución en toda la línea.Sin embargo, el proceso revolucionario está abierto. Las masas no han sufrido profundas derrotas históricas y, muy por el contrario, ofrecen una terca y generalizada resistencia a las políticas de los grupos financieros y a las transnacionales. Ni aún sobre Irak, donde se ha desplegado una maquinaria genocida y un régimen de terror que hace palidecer a las más horribles masacres de la historia, las masas han logrado ser aplastadas.
La heroica resistencia de la guerrilla fedallín, después de tres años de lucha inclemente, tiene a los EE.UU. y a Inglaterra al borde de la derrota, de un nuevo Vietnam. Recientes informaciones confirman este hecho y el retiro-derrota de las fuerzas imperialistas y de su colosal aparato militar es algo inminente.Este hecho hace evidente que la lucha de clases, a pesar de haber sido sepultada tantas veces por reformistas y nacionalistas, sigue siendo el motor de la historia y son los explotados, la fuerza de las masas en lucha, el cimiente de una nueva sociedad y el único freno a la miseria, al hambre y al genocidio que es lo único que nos puede ofrecer el capitalismo, la empresa privada y sus títeres.
La crisis de dirección revolucionaria
A pesar de la combatividad de las masas, de la creciente marea revolucionaria que inunda la lucha de clases mundial, las direcciones políticas de la izquierda, que se reclaman de los trabajadores e incluso del Socialismo, se encuentran empantanadas en el reformismo, en las elecciones burguesas y últimamente en un recalentado nacionalismo.
En Chile, esta situación resulta evidente si se observa el panorama de la izquierda. Pareciera no haber más espacio que para la izquierda nacional y democrática que ofrece el Partido Comunista, dedicada como está a hacerse de algunos escaños en el Parlamento burgués. Su máxima figura, Guillermo Teiller, ha confesado en las páginas de El Mercurio hace unos días que su partido está centrado en la lucha contra el sistema binominal por encima de cualquier otro conflicto de coyuntura.
Esta política estalinista de auténtico cretinismo parlamentario, ha tenido profundas repercusiones en el desarrollo de la lucha de clases en el país, como quiera que el PC es en la actualidad la única organización con influencia de masas, con un perfil de izquierda. Corresponde analizar estas repercusiones para intervenir en ella desde una perspectiva marxista. Lo primero a consignar es el generalizado astillamiento organizativo de la izquierda y su descomposición en el terreno programático. No se observan amplias corrientes de militantes de izquierda en ruptura con el reformismo, como ocurriera en los años 60. Ni en el movimiento obrero, ni en la peqeñaburguesía o clase media.
Lo dominante en este período que se cierra, y que va desde 1989 hasta nuestros días, han sido las corrientes oportunistas de derecha como el MIR Gutiérrez, la Participación Democrática de Izquierda (PDI), el Frente Amplio de Izquierda (FAI) y recientemente la Fuerza Social de Pavez, todos movimientos que han terminado encolumnados con la Concertación. Los primeros grupos terminaron en el PPD, y aún no se sabe a dónde exactamente se dirige la Fuerza Social y sus acólitos de la Surda, pero indudablemente se orientan a conformarse como el flanco izquierdo del Gobierno.
En general estas corrientes tienen un pronóstico de vida muy limitado, ya que el espacio político que disputan ya se encuentra ocupado por el propio PC. Resulta ilustrativo leer sus publicaciones, en particular la Surda, en las que realizan pobres análisis sociológicos de la realidad nacional, polemizando con el Gobierno y los pinochetistas, pero ignorando totalmente al PC, como si no existiera, porque precisamente son sus políticas las que pretenden reproducir desde un espacio de aparente renovación.
La trayectoria de estos grupos y corrientes no ha dejado ninguna huella en las masas y en la vanguardia. Resulta un ejercicio hasta gracioso recordar hoy día que el Pato Hales, la Pollarolo, el mismo Antonio Leal, fueron hace muy poco destacadas figuras del estalinismo criollo. Por la izquierda, resulta más difícil seguir la pista, ya que las rupturas de izquierda que ha generado el PC e incluso los propios socialistas, no han logrado estructurarse como tales y han terminado sumándose a la inmensa marea de desmoralizados y escépticos. Por de pronto los grupos de “izquierda” del PS no terminan jamás de romper con el aparato y terminan siendo funcionales a él.
Por otra parte, la pulverización de capillas a la izquierda del PC, la llamada “microizquierda”, son otro de los rasgos distintivos de este período. Lo dominante en ellas es su incapacidad de acumular cuadros y su elevada tendencia a la escisión y a los fraccionamientos de camarilla. En general, su incapacidad de estructurarse programáticamente, de estudiar y penetrar en la realidad que se pretende transformar, ha condenado a estos grupos a verificar su vida y sus polémicas de espalda a los trabajadores.
Estos últimos grupos enfrentan el enorme rechazo de las bases a la idea de estructurarse como partido. Este rechazo es una expresión primitiva de la repulsa a las traiciones y a las capitulaciones del reformismo estalinista y socialdemócrata, pero que no alcanza una expresión revolucionaria y se queda en el rechazo.
El generalizado proceso de autoorganización de las bases, que es posible constatar en el movimiento secundario, en la pasada huelga de La Escondida, en menor medida en el paro de la CONFENATS, constituye en tanto un verdadero desafío para los militantes de izquierda que ven pasar –postrados en la incapacidad política- estos movimientos como simples espectadores.
El nudo de esta crisis de dirección que hemos descrito en líneas generales, se origina en la matriz política de todas estas corrientes y grupos: el estalinismo. Ni el PC, ni los grupos de la microizquierda, ni mucho menos las corrientes oportunistas de derecha, se encuentran en condiciones de caracterizar correctamente la naturaleza de la crisis de dirección de las masas y las tareas que de ella se desprenden.
En este orden es necesario apuntar tres ideas fundamentales:
1.- El estalinismo (PC) ha desarrollado desde la década del 30 una política electoralista y de colaboración de clases, buscando el apoyo en supuestos sectores de la burguesía nacional progresista. Esta concepción, de Frente Popular, que descansa en la idea de la revolución por etapas, la revolución democrática, llevó a la clase obrera y a los explotados a la más profunda derrota de su historia el 11 de septiembre del 73. La derrota de la UP es la derrota de esta concepción del proceso revolucionario y marca un antes y un después en la relación del estalinismo con las masas. La política criminal del PC de apoyarse en la oficialidad constitucionalista para proclamar “No a la guerra civil”, maniató a los trabajadores y los entregó desarmados a la reacción fascista. De estas ideas se desprende una necesaria caracterización del estalinismo: no sólo es reformista, como indica buena parte de los “izquierdistas”, éste ha pasado abiertamente al campo de la contrarrevolución.
2.- Desprendimiento necesario de lo indicado, lo constituye la refutación de la demagogia estalinista de nuestros días, los que se plantean hoy en día como electoreros “demócratas”. No alcanza con profundizar la democracia burguesa, como día a día busca embotar la conciencia de los obreros la propaganda del PC. La democracia burguesa –con Lagos, Lavín, Bachelet o Piñera- será siempre una inclemente dictadura de la minoría explotadora contra la amplia mayoría nacional, ni una Asamblea Constituyente, ni el cambio del sistema electoral, modificarán este hecho que arranca de la estructura de clases de nuestra sociedad, cimentada en la gran propiedad privada de los medios de producción. Mientras no se expropie a la burguesía y se la expulse del poder, mientras el proletariado no imponga su propia dictadura (Gobierno Obrero-Campesino) no habrá real democracia. Toda demagogia sobre democratizar, destrabar los enclaves pinochetistas, humanizar el capitalismo, etcétera, es sólo eso: DEMAGOGIA, la peor demagogia que nos subordina a la burguesía y nos aleja de la clase obrera, los explotados y sus luchas.
3.- El enamoramiento del PC con Chávez, Evo Morales y otros nacionalistas e indigenistas de última hora, constituye una capitulación a la burguesía y una abierta negativa a desenvolver una real lucha antiimperialista.
En la posguerra y en los 50 emergieron en América Latina importantes movimientos nacionalistas que se reclamaron atrevidamente antiimperialistas. Perón en Argentina, el MNR boliviano, el APRA peruano, Vargas en Brasil, Ibáñez en nuestro país, con sus particularidades hace ya mucho que demostraron el verdadero valor de los nacionalistas o indigenistas. La totalidad de los movimientos descritos, por su raíz de clase, burguesa, terminaron postrados ante el imperio, transformados como están en verdaderos instrumentos del imperialismo. Esta ominosa capitulación a la metrópolis, arranca de sus bases materiales: nuestras burguesías nativas no tienen ningún espacio económico para hacer frente al imperialismo y sólo aspiran a subordinarse a él en buenas condiciones de asociación, para obtener migajas de la renta nacional.
Hoy día el nacionalismo –con el apoyo de sus propagandistas del PC- pretende emerger como una referencia para las masas en lucha, no lo son. Chávez que posa de antiimperialista le muestra los dientes a Bush y hace gárgaras con el socialismo, mientras le sigue vendiendo petróleo a los yanquis a precios preferenciales y le abre las puertas a las transnacionales españolas, francesas y alemanas, en las cuales se apoya para negociar en mejores términos la entrega de Venezuela, respetando estrictamente la propiedad privada de los medios de producción, el origen de la miseria y atraso de nuestros pueblos. Evo Morales, en Bolivia, se alza como indigenista y revolucionario, sin embargo a pesar de algunas medidas efectistas, sigue adelante con los planes de erradicación de plantaciones de coca a requerimiento de los EE.UU., actuando con escrupuloso respeto a los inversionistas extranjeros; su “Asamblea Constituyente” es un taparrabos para ocultar su indisimulada incapacidad de llevar adelante la verdadera ruptura con el imperialismo: su expropiación y expulsión del país.
Construir el Partido Obrero Revolucionario
Contra la concepción estalinista de estructurar una izquierda nacional y democrática, que busca expresarse como un referente electoral, es necesario poner en alto el programa proletario que supone la estructuración de un partido obrero internacionalista y revolucionario.
La derrota de las concepciones estalinistas y de sus variantes socialdemócratas y foquistas, es total. La “Izquierda” chilena está en quiebra, esa es la verdadera razón de su aislamiento e incapacidad para transformarse en referencia aglutinadora para las luchas obreras. Los trabajadores prefieren seguir a quienes se presentan abiertamente como burgueses, relegando a los impostores al lugar que merecen, precisamente porque las ilusiones en la democracia burguesa siguen vivas, como sigue vivo el antipinochetismo.
Nos encontramos en una disyuntiva histórica. Las masas, luego e más de quince años de aletargamiento, comienzan a protagonizar un pronunciado ascenso en su actividad. Esto es algo totalmente real y puede comprobarse día a día, los explotados pasan rápidamente a la acción directa y no están dispuestos a seguir escuchando el sermón de los demócratas. Esto ha vuelto a la situación en Chile –en íntima conexión con la situación internacional- como explosiva. Esta misma radicalidad ha obligado a Bachelet a enseñar las garras ye exhibir la represión fascista como único freno en defensa de los intereses de la burguesía y el imperialismo.
El PC ha demostrado –largamente- su incapacidad absoluta para asumir la tarea de estructurarse como dirección revolucionaria. Se ha transformado en su opuesto y ha arrastrado a la militancia de izquierda por ese mismo derrotero.
Es nuestra responsabilidad, la de los revolucionarios, asumir esta tarea volcándonos de lleno a la lucha de masas, buscando penetrar en ella estructurándonos como partido. La primera tarea es estructurar nuestro programa en torno a la estrategia de la revolución y dictadura proletarias, en torno a los métodos de la clase obrera, la acción directa, la movilización, la auténtica violencia revolucionaria.
Esta delimitación es clave para servir como punto de referencia para los explotados. Es necesario participar de las luchas no para alejar a los trabajadores de sus tareas políticas y decirles que el parlamento burgués y sus elecciones darán respuesta a sus demandas, debemos participar en las huelgas, paros, en la lucha callejera para afirmar estas tendencias como método político para imponer las reivindicaciones y alcanzar el poder, contra toda concepción legalista y democratizante.
Resulta, en consecuencia, imprescindible dar a cada lucha cotidiana su proyección internacional. La lucha de los obreros chilenos es parte de la lucha del proletariado mundial y enfrenta por tanto al imperialismo y a la reacción burguesa en toda la línea. En este plano resulta ineludible indicar que el verdadero antiimperialismo, el antiimperialismo proletario, de clase, se alza frente a los opresores pisoteando toda concepción chauvinista, buscando la expulsión del imperialismo y la expropiación del capital transnacional y a la burguesía como clase.
La verificación de estas conquistas políticas de los explotados, la concepción proletaria de la revolución y de la lucha antiimperialista, necesariamente ha de consumarse en la estructuración del partido obrero revolucionario, la sección chilena del Partido Mundial de la Revolución Socialista, la IV Internacional. Esto es trotskismo, la construcción del partido como una organización de cuadros, centralizada y de combate. No un grupo de discutidores e intelectuales: cuadros militantes profesionales de la revolución, aquellos que entregan lo mejor de sus esfuerzos y la totalidad de su vida a la realización de la revolución proletaria.
Esta es la tarea de nuestro Grupo Obrero Revolucionario–Contra la Corriente, la construcción de un Partido Obrero Revolucionario. Como militantes trotskistas, continuadores de lo mejor de las tradiciones políticas del proletariado, proclamamos abiertamente nuestros objetivos y entramos en esta lucha sin dar ni pedir cuartel. La Revolución y Dictadura Proletarias, nuestro objetivo estratégico y los renovados bríos de las masas son el terreno en el que nos desenvolvemos y convocamos a la vanguardia y al conjunto de los revolucionarios a abordar esta tarea.
Valparaíso, 26 de octubre de 2006
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Daniel Bustos -