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CONTRA LA CORRIENTE

MANIFIESTO POR LA UNIDAD DE LOS REVOLUCIONARIOS EN TORNO A LA ESTRATEGIA DE LA REVOLUCIÓN PROLETARIA

La evolución de la crisis del régimen político nos muestra con claridad tres cuestiones: que la burguesía chilena atraviesa un proceso terminal de entrega al imperialismo, en el cual no puede sino profundizar su entrega a los monopolios transnacionales; que, este mismo proceso de sumisión al imperialismo motoriza las “iniciativas políticas” más elementales, como las reformas laborales, el avance también terminal de las privatizaciones e inclusive la presión sobre Pinochet; y, finalmente, que en este marco todas estas cabriolas de la burguesía se hacen posible exclusivamente, por la falta de una dirección revolucionaria de los explotados y por la política entreguista y democratizante de la principal referencia política de izquierda, el PC.
            Estos tres elementos de la estructura del régimen político, aparecen como dominantes en el desarrollo de la lucha de clases, en el marco de la incapacidad de las masas de expresarse como un factor decisivo en la situación política. Dicho de otra forma estas características del régimen: entrega al imperialismo, nuevas reformas antiobreras y antinacionales y el reformismo prostituido del PC, sólo son determinantes en el momento actual, en la medida que las masas no intervienen en el escenario política como una fuerza desequilibrante.
Esta fase en que las masas son oprimidas por la burguesía y el imperialismo, valiéndose de las ilusiones de las masas en la democracia burguesa, adquieren especial significación las fisuras políticas de la burguesía. Formar a la vanguardia en la comprensión de estos problemas, es fundamental para los revolucionarios en la tarea de estructurar el partido-programa de la revolución proletaria. Si bien es cierto el accionar de las masas no aparece con la espectacularidad y radicalidad que exhiben las luchas en los países vecinos, los focos de resistencia obreros como el portuario y la situación pre-insurreccional que se vive en el movimiento mapuche, deben ser el eje de intervención y el centro del trabajo revolucionario. La debida comprensión de estos problemas es ineludible a la hora de armarse de una política internacionalista y proletaria.

 

cruje el orden imperialista
El capitalismo en su fase imperialista, no sólo es un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas, es el orden social que empuja y encamina a la humanidad a la barbarie. Según denunció Clinton en la campaña para su reelección, en los Estados Unidos, el 1% de la población, o sea los super ricos son los dueños del 40% del patrimonio total de la nación norteamericana. En Suiza, según la revista Bilanz, la fortuna de 300 multimillonarios se quintuplicó hasta alcanzar la quinta parte de todas las propiedades suizas. Entretanto, según el Informe del PNUD de 1999, las 200 personas más ricas del mundo en sólo cuatro años estaban duplicando sus haberes. Los 2.400 millones de personas más pobres de la tierra tendrían que trabajar todo un año y destinar todos sus ingresos para llegar a igualar esa riqueza. Por otro lado, América Latina es el continente que tiene la mayor desigualdad en todo el mundo. Brasil y Chile están entre los de peor registro. Según cifras del Banco Interamericano, el 10% de las familias más ricas se llevan el 47% en Brasil y el 46% en Chile, de todo lo que producen sus respectivos trabajadores.
Según el Informe Sobre el Desarrollo Mundial de las Naciones Unidas de 1998, las tres personas más ricas del mundo poseen bienes que exceden el Producto Interior bruto de los 48 países menos desarrollados, los bienes de lo 15 más ricos tienen mayor valor que el PDB de la región sub-Sahara de África, y los 32 más ricos poseen bienes de mayor valor que el PDB del sudeste de Asia. La riqueza de los 84 individuos más ricos excede el PDB de la China, la cual cuenta con una población de 1.2 billones.
De los 4.4 billones de habitantes en los llamados países en desarrollo, casi 60% carece de higiene pública básica, el 33% todavía no goza de agua potable y un 25% no tiene vivienda adecuada. El 20% sufre desnutrición y la misma cantidad no tiene acceso a servicios de salud adecuados.
Entre 1960 y 1994, la brecha entre el ingreso per capita del 20% más rico de la población mundial y el 20% más pobre se duplicó, aumentando de 30:1 a 78:1. Ya para 1995, la proporción había aumentado a 82:1. En 1997, el 25% más rico de la población en todo el mundo recibió 86% del ingreso mundial mientras que el 25% más pobre recibió sólo el 1.3%. Más de 1.3 billones de habitantes son forzados a subsistir con $1 al día; es decir, viven bajo amenaza a su existencia. De acuerdo a las Naciones Unidas, de los 147 países definidos como “en desarrollo”, unos 100 habían sufrido "grave deterioro económico” durante los últimos 30 años.
No son los “desastres naturales” lo que ha causado el empobrecimiento de poblaciones enteras en gran parte del mundo. Esta es efecto directo de la manera en que los mercados financieros funcionan y de los programas implementados por el Fondo Monetario Internacional para lograr “ajustes estructurales” en nombre de los bancos y las instituciones financieras internacionales principales con el fin de crear condiciones para que el capital mundial mantenga su dominio.
A pesar de enormes pagos reintegrables, extraídos a gran precio social, el nivel de insolvencia continúa aumentando. En 1990, la deuda total de los países en desarrollo fue $1.4 trillones; para 1997 había subido a $2.17 trillones. En África, la deuda total fue $370 por cada habitante del continente. La deuda total de varios países fue cuatro veces más que su Producto Interior bruto. En 1998, países del Tercer Mundo pagaron $717 millones diarios de deudas a los bancos e instituciones financieras.
La economía norteamericana, en medio de la especulación sobre las tasas de interés de la Reserva Federal, ha entrado en una fase recesiva. La baja de la tasa de interés decretada intenta reanimar la economía, pero eso tiene en contra que desestimula el ingreso de capitales del exterior, que han servido para financiar su creciente déficit comercial y se trata de un componente amenazador para la estabilidad del dólar, que puede bajar de valor.
Durante los últimos quince años la expansión económica yanqui se ha posibilitado debido a la fenomenal destrucción de fuerzas productivas en Europa del Este, el control del petróleo post Guerra del Golfo, el proceso de privatizaciones, especialmente en América Latina y a la expansión del consumo interno.
Sin embargo, estos pilares han ido desmoronándose. América Latina no puede ofrecer más al saqueo, ello por cuanto las principales empresas y servicios estatales ya han sido privatizados, y, salvo algunos emblemas (como CODELCO en Chile) el plan privatizador se encuentra virtualmente consumado. Esto ha obligado a extremar las medidas de opresión imperialista.
Ecuador, un país que desde casi 4 años no logra poner en pie un gobierno que logre dar continuidad a los planes del imperialismo, es así como los gobiernos de Bucaram, Alarcón, Mahuad y ahora ,de seguro Noboa, enfrentan la terca resistencia de las masas, cayendo uno tras otro. Ante esta extrema crisis política la burguesía ecuatoriana no tiene otro camino  que profundizar su entrega al imperialismo.
De esta forma la dolarización –que en Argentina ha liquidado el mercado interno- que pretendía aplacar la actividad y resolver la crisis del régimen ha logrado su opuesto: Noboa a punto de caer y las masas golpeadas con alzas de 25% en bencina, 100% en gas licuado y 75% en transporte público. Ello como única forma de cumplir las medidas del FMI-BM  que exigen un pago de deuda externa ascendiente a el 50% del presupuesto fiscal, considerando que el déficit fiscal alcanza los US$11.200 millones, más del 50% de PGB. Similar situación de opresión imperialista se observa en la globalidad de los países semicoloniales, evidenciándose un estado de alerta ante inminentes ataques militares del imperialismo, como se observa hoy en el Medio Oriente, en Colombia y Bolivia.
En Europa del Este, debido a la extrema debilidad de las nacientes instituciones restauradoras del capitalismo, la estabilidad política ha sido un problema insondable que ni la guerra genocida contra Yugoeslavia pudo esclarecer. Los efectos directos, a ya más de una década de la “caída del Muro”, de las medidas de restauración capitalista  han importado no sólo la pérdida de derechos fundamentales de la clase obrera de los Estados Obreros burocratizados (empleo, vivienda, salud y educación garantizados por el Estado), sino que han sumido a estos trabajadores en la barbarie.
Los índices imperialistas de calidad de vida han debido consignar que durante la última década los países del ex “Bloque Soviético”, han experimentado una caída sistemática de su nivel de vida reapareciendo lacras sociales, enfermedades y plagas, largamente superadas por los procesos revolucionarios. La contrarrevolución en curso, piloteada por los restos de la burocracia stalinista, reconvertida en abierto agente imperialista no ha dado curso a una floreciente democracia burguesa, sino que a regímenes policiacos, de corte bonapartista, que restauran en Europa del Este el capitalismo semicolonial de América Latina, África y Medio Oriente.
Y en ningún otro lugar ha sido la devastación mayor que en la ex Unión Soviética, territorio donde los portavoces del capitalismo mantenían que el mercado produciría “magia”. Desde 1989, se ha calculado que la economía rusa ha decaído un 50%. En términos económicos actuales, su tamaño es igual al de Holanda, con una pérdida de producción mayor que la que se le infligió en 1942, cuando los invasores nazis ocupaban gran parte del país.
La tasa de natalidad también ha disminuido 50% desde 1985; la excede una tasa de mortalidad de 1.6. Si esta tendencia continúa, la población rusa declinará 20% durante la próxima década. A principios del Siglo XX, la longevidad de los varones rusos de 16 años de edad era mayor que la actual. Es decir, a pesar de dos guerras mundiales, la guerra civil, el hambre, las persecuciones políticas y los campos de concentración, un joven de 16 años tenía 2% mejor oportunidad de llegar a los 60 en 1900 que en el 2000.
El complejo proceso restaurador, que en términos económicos es de contraexpropiación privatizadora, no ha logrado generar una sólida burguesía ni desarrollar fuerzas productivas. En este sentido más allá del coyuntural negocio para las transnacionales –en términos de apropiación de medios de producción- , estos no lograron revitalizar la economía mundial y se han traducido en su opuesto: se ha fortalecido la concentración de capital y la sobreproducción industrial, elementos que  han empujado a la quiebra a ramas completas de la ex-industria estatal.  Una de las expresiones más elevadas de este problema, se observa en el total desmantelamiento de la industria automotriz rusa.
En los EE.UU., desde los años ochenta, operó una extensión en el mercado interno en base a la capacidad de crédito de la clase media norteamericana. El desarrollo inmobiliario y la industria automotriz pudieron expandir sus curvas de producción, en directa proporción al endeudamiento de la clase media. Esta capacidad de crédito se agotó y hoy se observan “quiebras” masivas consecuencia del sobreendeudamiento.
Este fenómeno ha provocado un frenazo en el consumo interno, lo que ha empujado al capital a presionar sobre la fuerza de trabajo a objeto de mantener las tasas de ganancia. La precarización del empleo, que en EE.UU. asume la forma de trabajo “ilegal”, se nutre de los millones de obreros y profesionales que principalmente de A. Latina han llegado a la capital del imperio en una cantidad superior a los 30 millones en la última década. La masiva inmigración, “importación” de mano de obra “indocumentada” es una imperiosa necesidad del gran capital. Las medidas policíacas de represión no apuntan a impedir la inmigración, sino que a garantizar que ésta opere como una válvula de escape para la crisis capitalista. La inmigración latina es la cabeza de turco, de una gigantesca ofensiva de la burguesía yanqui sobre las masas norteamericanas.  Muy probablemente, la vanguardia de un nuevo ascenso en la lucha de clases norteamericana esté conformada principalmente por hispanoparlantes.
La profundidad de la crisis económica mundial, cuyos rasgos generales hemos delineado, pasa de la fiebre a las convulsiones. La formulación puramente ideológica de un “nuevo” orden mundial cimentado en el “alejamiento ciudadano de la política” y la estructuración de una democracia “medial”, “temática” y estamental, como superación de la “antigua” democracia como pacto de clases, no deja de ser una alucinación de este enfermo. La realidad evidencia que la propiedad privada de los medios de producción, la anarquía productiva y los grandes monopolios, se revelan como un obstáculo para el desarrollo de la humanidad, para la liberación del hombre.
La desesperada, ciega sorda y muda lucha del capital por alzar la tasa de ganancia, tiene como mayor expresión el hiperdesarrollo de capital parasitario especulativo. La creciente y explosiva huida de masas de capital al limbo bursátil ha transformado la economía mundial en un globo a punto de estallar. Aunque los valores de las acciones pueden seguir aumentando mucho más que el capital productivo hasta empequeñecerlo, el capital ficticio no puede escapar  de sus orígenes. En cierto punto tiene que enfrentarse con el hecho que es un reclamo sobre la plusvalía y que esta plusvalía en realidad todavía tiene que extraérsele a la clase obrera. Según los defensores de la “nueva economía”, los valores del mercado de acciones no son “irracionales”, sino una mera anticipación del aumento en la productividad y beneficios ocasionados por las nuevas tecnologías, sobre   todo aquéllas relacionadas con el Internet.
No cabe duda que las tecnologías nuevas están produciendo—y producirán en el futuro—grandes incrementos en la productividad de la mano de obra. Pero, como ya hemos visto, esos incrementos no proveerán ninguna salida.
Como consecuencia, la estructura del capital internacional adquiere la forma de pirámide invertida a medida que la masa del capital ficticio que reclama su porción de plusvalía crece a pasos agigantados en relación al capital productivo que, a fin y al cabo, tiene que satisfacer.
A principios de 1999, el valor del mercado capitalizado de America Online, con 10,000 empleados, era de $66.4 billones. Sin embargo, el valor de mercado de General Motors, con más de 600,000 trabajadores, era de $52.4 billones. Ambos sectores del capital reclamaban una porción de la plusvalía de acuerdo a su valor de mercado capitalizado. Pero está muy claro que la contribución de America Online, con 10,000 trabajadores, a la acumulación general de la plusvalía disponible (al capital en general) es mucho menor que la de General Motors, con 600,000 trabajadores. Aun si todos los trabajadores de America Online fueran empleados 24 horas al día y no se les pagara nada, no podrían contribuir la misma cantidad de plusvalía que se les extrae a los obreros de General Motors.
En el caso de Yahoo! Esta contradicción—entre las reclamaciones que el capital le hace a la plusvalía por una parte y su verdadera extracción por otra—es aún más lúgubre. Yahoo!, con sólo 673 empleados, tenía un valor de mercado capitalizado de $33.9 billones.
Esta estructura tipo pirámide del capital internacional es la fuente de su extrema inestabilidad. Cientos de billones de dólares de capital, buscando su tasa de rendimiento, corren por los mercados mundiales en búsqueda de beneficios.
Cuando los precios de títulos de propiedad—acciones, bonos, bienes raíces, etc.,—aumentan, el capital “llueve”, pues busca sacar beneficios comprando barato y vendiendo caro. Todos se salen con la suya. Pero cuando el mercado se tambalea y es aparente que los valores del capital han sido inflados enormemente, corren de estampida y destruyen los valores del capital de la noche a la mañana—no sólo del capital ficticio, sino también del productivo.
Luego de la crisis económica asiática de 1997-1998, se trató de sugerir que ésta había resultado de las condiciones peculiares a la región. Pero la verdad es que el colapso oriental, en que se perdieron millones de empleos y los bancos y las corporaciones de repente se vieron con billones de dólares que de ninguna manera podían pagar, no expresó las “condiciones asiáticas” . Más bien representó como el mercado capitalista funciona en general.
Asia y otros mercados vertieron enormes cantidades de capital sobre los Estados Unidos, intensificando los valores del mercado de acciones y creando las condiciones para un desastre aún mayor: los fondos para pensiones, las cuentas de ahorro y las inversiones de millones de gente se corren el peligro de evaporarse de la noche a la mañana a medida que los valores inflados del mercado caen.
Por ello caracterizamos esta fase de la situación política mundial a partir de sus rasgos diferenciales: masiva destrucción de fuerzas productivas, en la actualidad una quinta parte de la humanidad está cesante; incremento y desarrollo de la opresión imperialista, expresada como políticas de “ajuste” del FMI y como abierta agresión militar; agudización de los roces interimperialistas, como se expresa de forma microscópica en la parálisis de la OMC y de forma tangible en la guerra contra Yugoeslavia
Sin embargo, de todos los rasgos hay uno que es cualitativo, que actúa sobre el conjunto transformándolo, moldeándolo: la generalizada intervención de la lucha de masas, la impenitente resistencia de los explotados. Levantando la lápida que hace diez años pretendió poner la burguesía sobre la lucha de clases, esta se alza en los cinco continentes incontenible y poderosa, con sed de poder. Las masas son alejadas del poder no por falta de disposición al combate, hoy en día en Colombia, Indonesia y Palestina el enfrentamiento al imperialismo se da con las armas en la mano. Las masas no consuman su aspiración al poder y a la libertad, porque las direcciones stalinistas, nacionalistas, foquistas y reformistas de todo pelaje devienen en proburguesas, en contrarrevolucionarias. Los movimientos de masas hacia la revolución son frenados por direcciones contrarrevolucionarias. Esta incapacidad del proletariado expresado como partido-programa, como IV Internacional, es la piedra de toque del momento actual: o la clase obrera impone su propia dictadura revolucionaria, aplastando al imperialismo, abriendo paso al socialismo o será el imperialismo el que sumirá a la humanidad a la barbarie.
Esta disyuntiva, Socialismo o barbarie, la enfrentamos con especial intensidad en Chile hoy. Ni la cordillera, ni el Pacífico, ni nuestra caricatura de modernidad nos ponen al margen de la crisis capitalista de la que somos parte integrante. Chile es una semicolonia, y la burguesía criolla  agente antinacional del imperialismo, su régimen político una dictadura al servicio de la minoría explotadora. Estas caracterizaciones, elementales a la teoría marxista y abandonadas por el PC, el PS y el grueso de la izquierda que se ufana de ser “democrática”, se desprenden de la concepción del capitalismo como un modo de producción de escala mundial.
Nuestro pequeño país, de capitalismo atrasado, semicolonial, expresa particularizada y refractariamente las grandes tendencias del desarrollo-descomposición del capitalismo en su fase imperialista. Es por ello que sostenemos que debido a este agotamiento mundial –desde comienzos del Siglo XX- del capitalismo, es que nuestro país no tiene ninguna perspectiva de desarrollo integral, de independencia nacional ni de democracia, bajo los marcos de dominación burguesa. Por ello sostenemos que Chile está HOY maduro para la revolución, y que la tarea de consumar la emancipación de los explotados pasa por la construcción del partido de la revolución y dictadura proletarias, un auténtico partido obrero revolucionario.
En el mismo sentido, la caracterización de la situación política internacional que hemos expuesto, es determinante para observar correctamente los procesos en curso en la lucha de clases nacional. Una política proletaria necesariamente es internacionalista, y en una semicolonia como Chile obligadamente debe ser antiimperialista. Estas prevenciones son fundamentales para contextualizar y orientar a la vanguardia en el desarrollo de nuestra intervención en la lucha de masas.
Chile estrangulado por los Patrones
La burguesía chilena, por más que la izquierda democratizante quiera embellecer a sus sectores “progresistas”, como clase social, no puede sino entregarse al imperialismo. Esta entrega significa su absoluta incapacidad para resolver los problemas nacionales de desarrollo, independencia y vigencia de las libertades democráticas. La mantención del orden capitalista, con la etiqueta que quieran ponerle los oportunistas de turno, importa acentuar la opresión imperialista y sumir a las masas en la miseria y la explotación.
El principal instrumento de esta política antinacional y antiobrera, es el Gobierno  concertacionista de Lagos. Cada una de las medidas del Gobierno apuntan a la satisfacción de las demandas del capital transnacional. Las criminales medidas económicas adoptadas en la última década –siguiendo el libreto pinochetista- apuntan a profundizar la entrega al imperialismo, facilitando el saqueo de las transnacionales y fortaleciendo el carácter extractivo-exportador de nuestra economía. Esta es la esencia de la insoluble crisis que arrastra nuestra economía desde 1997.
La impotencia de la burguesía chilena de salir de la crisis, se expresa en el estancamiento del valor de las exportaciones desde 1995,  lo que es causa importante también de la débil recuperación y las difíciles perspectivas para el año 2001. En promedio anual, las exportaciones entre 1996 y 1999 alcanzaron sólo a US$14.750 millones de dólares, por debajo de los ingresos obtenidos en 1995. Este estancamiento es uno de los más graves problemas que la economía chilena está viviendo.
Sin embargo, este fenómeno no obedece al azar del mercado y es especialmente observable en el desarrollo de la crítica situación que vive la producción de Cobre, cuyos ingresos representan el 40% de las exportaciones globales chilenas. La disminución del precio del cobre se debe a una sobreproducción mundial creada desde Chile. Nuestro país, demoró 90 años para lograr producir 1.500.000 de toneladas de cobre. Posteriormente, en sólo seis años dobló ese volumen de producción, y en diez años lo triplicó, llegando en el año 2000 a producir 4.500.000 de toneladas. Este incremento productivo responde a las necesidades de las transnacionales y en ningún caso a los requerimientos de nuestra economía.
Ello queda demostrado al constatarse que en las 2,5 millones de toneladas producidas en 1995 reportaron al país, los mismos ingresos que los 4,5 millones de toneladas producidas el año pasado. Es decir se regaló a las transnacionales 2 millones de toneladas de Cobre. El economista O. Caputo nos indica que “el Estado recibió por cada libra de cobre 65 centavos de dólar. En 1995, recibió 36 centavos. Y, en 1999, recibió sólo 3 centavos de dólar. En 1989, por cada kilo de cobre, el Estado recibió $814; mientras que en 1999 recibió sólo $ 37 por cada kilo de cobre”. Esto ha acarreado, conjuntamente, que la participación del Estado en las exportaciones de Cobre ha caído de un 50% en 1989, a un 30% en 1995 para concluir en un insignificante 5% en 1999.
La base material de esta política  entreguista hemos de encontrarla en el carácter raquítico y parasitario de la burguesía nacional. Nuestro país es gobernado por las transnacionales. Estas empresas dominan la electricidad, comunicaciones, los servicios informáticos, la mayoría de las exportaciones de cobre y frutas, una parte de la banca, seguros y fondos de pensiones, el mercado de la música, el libro, el cine y la radiodifusión, la distribución de combustibles, el comercio de bebidas, alimentos y el agua potable. Tres consorcios internacionales reciben el 60% de los peajes camineros. Se puede calcular que del total de activos productivos de la economía chilena cerca de un tercio, o sea 60.000 millones de dólares, pertenecen ya a las transnacionales. Por lo mismo, no es en absoluto anecdótico que en el interior de la principal agrupación patronal –la Confederación de la Producción y Comercio- se esté discutiendo una modificación estatutaria que permita formalmente, a un empresario extranjero presidir esta organización, emblemática de la burguesía chilena.
Esta ubicación extractiva-exportadora de nuestra economía, dentro del marco de la división internacional del trabajo, condiciona los rasgos fundamentales de la política de la burguesía y de su gobierno. El desempleo estructural de nuestra economía, que a la cifra oficial de 11% de cesantes, debe considerarse un 37% de empleo informal, categoría que domina el 60% de los empleos creados en la última década, es consecuencia del carácter atrasado y semicolonial de nuestro capitalismo.
La caída de toda medida proteccionista o arancelaria ha barrido la industria nacional y aquellas que mayor mano de obra calificada requieren, debido a que la precaria industria chilena no puede competir con las escalas de producción transnacionales. Las necesidades del capital transnacional, orientadas a la expansión financiera y de servicio, absorven muy poca mano de obra debido a su alta tecnificación. Por lo expuesto, a diferencia de lo que exponen los economistas del stalinismo como Fazio, Caputo o Cademártori, no es que el Gobierno sea “incapaz” de resolver el problema del desempleo por haberse entrampado en una telaraña neoliberal. Se trata simplemente, de que el capitalismo necesita para mantenerse, de altas y crecientes tasas de cesantía, para presionar el salario, para propender a la disciplina social y conservar en esta profunda fase recesiva, sus tasas de ganancia.
            Las reformas laborales, impulsadas por el Gobierno, obedecen a este requerimiento del capital. Con la apariencia de orientarse a expandir los derechos de los trabajadores, estas reformas buscan aplastar los sindicatos y facilitar los despidos (seguro de desempleo), fortaleciendo el régimen jurídico que mantiene sojuzgados a los trabajadores. En el ámbito económico la totalidad de las iniciativas legislativas del Gobierno –sobre las que no existe debate con la “oposición”- apuntan a favorecer el pillaje de los grandes consorcios, a facilitar el movimiento especulativo del capital financiero y a fortalecer las tendencias a la concentración de capital. En este rubro caben los proyectos sobre OPAS, régimen de concesiones de OO.PP., AFP, modificaciones a la ley de Bancos etc..
            En este contexto, de descomposición de la burguesía y de sus más elementales referencias políticas, debemos ubicar la farsa de juicio que se sigue a Pinochet. El castigo a Pinochet y a todos los genocidas del 73, constituye un reclamo fundamental de las masas; en ese sentido consideramos que su actual procesamiento constituye un resultado deformado –pero fruto al fin- de la lucha de las masas. A Pinochet y a los fascistas: PAREDÓN. Sin embargo, es equivocado sostener que el procesamiento del Dictador es el resultado directo de un poderoso movimiento de masas, que quebrando la política de impunidad y amnistía, logra arrancarle esta conquista al régimen.
            Desde su detención en Octubre del 98 en Londres, lo que ocurre con Pinochet es principalmente el resultado de la política del imperialismo de barrer con todo vestigio de nacionalismo burgués. Con la detención europea de Pinochet se pretendió dar un “vamos” democrático a la política colonialista de un Tribunal Penal Internacional, que permitiera oficializar en el terreno del Derecho, aquello que los F-16 yankees establecieron a sangre y fuego en Irak, Yugoeslavia y Afganistán, en los Hechos.
            Por lo expuesto, lo que prima en la actual situación de Pinochet es la presión del imperialismo. Pinochet está procesado en la actualidad no por la lucha de las masas, sino principalmente producto de la descomposición del régimen. En este sentido debemos precisar. Primero, la burguesía chilena y su “poder” judicial es incapaz de responder al reclamo democrático de “Juicio y Castigo a los Genocidas”, lo que se confirma en los procesos actuales en curso –Pinochet incluido- en los que se aplica la llamada doctrina Aylwin, que significa investigar las violaciones a los DD.HH. para luego aplicar la ley de amnistía, que afirma la impunidad. Segundo, los aparatos de izquierda pretenden hacer ver que estos procesos conducen a la justicia, lo que constituye un engaño ya que estos procesos sólo persiguen ajustar cuentas entre las distintas facciones del régimen y buscan por lo mismo fortalecerlo; las elocuentes declaraciones del Ministro Inzulza en la materia, señalando que hechos menores como la “tortura” no pueden ser objeto de investigaciones judiciales, debido a que se masificarían las acciones en tribunales, revelan a las claras que todos estos procesos circulan por el estrecho pasadizo de la impunidad. Dicho de otra forma: la estabilidad del podrido capitalismo exige en Chile institucionalizar la tortura y las violaciones a los DD.HH..
            Los procesos a Pinochet y a todos los asesinos y torturadores, pueden servir como un elemento potenciador de la lucha de masas, sólo a condición de que a través de ellos se logre esclarecer el carácter burgués y por tanto genocida de la propia Justicia. De lo que se trata es de ayudar, mediante estas acciones judiciales, a superar las ilusiones en la democracia y en sus instituciones, de forma de educar a la vanguardia en la política de Tribunales Populares, vale decir órganos de poder de las masas que hagan justicia castigando a los genocidas. Plantear la posibilidad de que el Juez Guzmán –más allá de sus atributos personales- pueda hacer justicia en el juicio a Pinochet, importa una capitulación al orden burgués creando ilusiones en las masas, en organizaciones de DD.HH., las que al ver frustradas sus aspiraciones –como ocurrió con la detención de Pinochet en Londres- volverán a retroceder en su accionar, contribuyendo al repliegue de su actividad  y fortaleciendo con ello al régimen.
            La opresión imperialista, se expresa a través de la política del Gobierno de Lagos. Son las determinaciones y necesidades de los organismos internacionales y de las grandes compañías transnacionales las que fijan el rumbo de la política gubernamental. Esto está ampliamente demostrado y lo vivimos día a día. Esto resulta especialmente elocuente en la situación que atraviesa el pueblo Mapuche que además de soportar la opresión imperialista, es oprimido por el Estado Chileno. En este orden, contra toda ilusión democratizante de “integración”, la política del proletariado es la de reconocer el inalienable derecho a autodeterminación que no es otra cosa que el derecho a secesionarse, a organizarse plenamente como Estado independiente. Por ello, se hace necesario orientarse hacia la unidad de la clase obrera chilena con el proletariado mapuche, señalando que dicha unidad -palanca para el desarrollo de la revolución social- es la única herramienta capaz de garantizar la liberación de la Nación Mapuche.
En este marco debemos señalar que la línea izquierdista de “integración” es contraria a los intereses mapuches los que no buscan “integrarse”, precisamente porque no son chilenos. El planteamiento de integración, es la cara embellecida de la política gorila de la burguesía chilena cuyo pilar de sustentación es considerar a los mapuches como chilenos, es decir como sus esclavos. Integrar, en este contexto, es oprimir y explotar que es política histórica de la burguesía y sus sirvientes. Integrar es como hoy vivimos, encarcelar a los dirigentes de la Coordinadora Arauco-Malleco, militarizar la zona que se encuentra cercada por las fuerzas represivas, son los anunciados escuadrones de “autodefensa” con que amenaza la fascista Sociedad Nacional de Agricultura. En una palabra: integración es además fascismo.
La lucha del pueblo mapuche traza una perspectiva de los métodos que utiliza y utilizará el régimen para enfrentar una nueva ofensiva de las masas. Pero además pone a las claras dos cuestiones: las direcciones políticas de la izquierda observan con impotencia pacifista el desarrollo de la lucha sin ningún reflejo; las masas, al entrar en movimiento son capaces de crear y recrear no sólo los más audaces formas de combate, sino que son capaces de poner en jaque a un régimen que podrido, sólo espera levantamiento de las masas explotadas, sus sepultureras.
la lucha contra el democratismo stalinista
            La superación de la crisis de dirección de las masas constituye  una tarea de los revolucionarios en el mundo entero. Es patrimonio marxista la concepción de que la crisis de la humanidad es la crisis de su dirección revolucionaria. Nuestro país, a escala mundial, es un modelo del fracaso político del frentepopulismo, del electoralismo y el pacifismo. La llamada “Vía Chilena al Socialismo” terminó abriendo las puertas a la barbarie fascista, nuestra experiencia política como país, de ser asimilada programáticamente será una poderosa contribución al desarrollo de la teoría marxista, del programa de la clase obrera.
Hasta el momento, y por las consideraciones que hemos expuesto más arriba, la experiencia del 73 emerge en la contingencia con la apariencia de los horrores del fascismo. Abundante literatura describe los horrores de la masacre en que fue sumida lo mejor de la vanguardia obrera y de izquierda de aquélla época, narraciones escalofriantes refrescan nuestra memoria política. Las plumas valientes de los denunciantes nos muestran el monstruoso rostro de la represión, el verdadero rostro de la burguesía y de su dominación. Gabriellis, Mamos Contreras y otras basuras, agazapadas en la impunidad que les garantiza el régimen siguen exhibiéndose amenazantes, como insignes figuras del régimen.
Pero más allá de los intentos –inclusive de algunos denunciantes- de disecar esta denuncia en el testimonio del “nunca más”, estas denuncias son la forma más o menos subterránea en que va emergiendo la ira y la disposición a la lucha de la mayoría explotada. Si estas denuncias aún no alcanzan la fase analítica, de explicarse estos horrores, de identificar los intereses de clase que impulsaron a la Dictadura genocida, se debe exclusivamente a la infinita debilidad de los revolucionarios de asumir su insustituible papel conductor en la politización de las masas. Los revolucionarios tenemos el deber de expresar, repetimos, a nivel programático y organizativo la lucha obrera por la revolución social y nacional. No otra cosa es la lucha por la estructuración del Partido Obrero Revolucionario: expresar estratégicamente, a nivel político, los reclamos más elementales, instintivos de la lucha de masas.
Un paso importante en la lucha por derrotar ideológicamente a la burguesía, que es precisamente construir el partido revolucionario y su programa, lo constituye el desenmascarar el papel pro-burgués y contrarrevolucionario del stalinismo, de la “Izquierda” del régimen burgués. Muchos grupos han emprendido esta tarea y es moneda corriente en la llamada “microizquierda” chilena, las críticas al PC. Calificarlo de reformista, “inconsecuente” y otros apelativos similares los que son imprescindibles a la hora de posicionarse como “revolucionario”. No podemos sino coincidir con tales caracterizaciones, sin embargo debemos señalar que no alcanzan para precisar el papel del stalinismo en el Chile de hoy, y lo que es más, por ser simples apelativos caen en el testimonio inútil e impotente.
Esta incapacidad política se expresa en una crítica superficial, que no va hacia una delimitación de clase, a nivel de estrategia. Muchos critican al PC pero siguen hablando de “democracia popular”, “gobierno del pueblo” y otras categorías políticas stalinistas (MIR, PC-AP, etc.); otros, simplemente caen en la crítica abstracta y diletante, en la actitud del comentarista.
La política del PC chileno en la actualidad, es la expresión refleja en el terreno del colaboracionismo de clases, del fracaso de la Unidad Popular. Es la lección de “derecha” sobre la caída de Allende. A líneas generales ante el fracaso de la llamada “experiencia de la UP”, se ha concluido en la abdicación formal de la revolución socialista, del carácter obrero del Partido y del antiimperialismo. En resumen, luego del Golpe del 73 y de la estrepitosa derrota de la política stalinista, el PC se ha transformado en el leproso de la política chilena –nadie hace acuerdos con él- y en esta penosa condición no le ha quedado otro camino que derechizarse aún más. Es lo que se esconde en la actualidad, en la compulsiva y penosa tendencia a autodenominarse como  la Izquierda”... de Lagos.
En líneas amplias, la postura del PC es posible descomponerla en tres grandes ideas. Primera, la recomposición del tejido social; segunda, la unidad de la izquierda; y, tercera, la lucha contra los enclaves pinochetistas y por la profundización de la democracia. Estos cuatro planteamientos constituyen la médula de su política, ellos condensan su actividad y limitan sus expectativas de desarrollo.
            En las reuniones de base, en las múltiples instancias de “coordinación” en las que episódicamente se convocan diversos grupos, en esas pequeñas reuniones semi-clandestinas en los locales de sindicatos o Juntas Vecinales, la discusión siempre comienza del mismo modo. Se critica el “providencialismo” de la “izquierda tradicional”, se constatan un par de hechos relativos al retraso de las masas y se plantea la vieja cantinela de la necesidad de trabajar por la llamada recomposición del tejido social, piedra angular de la ideología de stalinista contemporánea . Este concepto aparece en todos los balances y análisis del stalinismo, y se nos presenta como la tarea de las tareas: crear organizaciones, vincularse a las bases de las organizaciones creadas.
            Aparentemente, este concepto estaría expresando la necesidad de los grupos de izquierda, de la vanguardia como sector más esclarecido y con mayor disposición a la lucha y a la politización, de batallar por penetrar en las masas. Sin embargo, cuando se habla de recomponer el tejido social, se está planteando subterráneamente -y en la práctica- que es tarea de la izquierda adaptarse al estado actual de conciencia de las masas, de sus elementos más atrasados y conservadores. Con este concepto se está convocando a los militantes de izquierda a diluirse en la vasta amplitud de la masa. Así como en períodos de ascenso de la lucha de las masas, el stalinismo busca aislar a la vanguardia volcándola hacia el petardismo foquista como hicieron en los años 80 con el FPMR; en períodos de retroceso de las masas se busca descomponer a la vanguardia, a los grupos de activistas de izquierda, convocándolos a su dispersión, a su adaptación a los elementos más conservadores de la masa.
En definitiva, con esta categoría de recomponer el tejido social, se persigue nuevamente reemplazar al propio accionar de las masas. Mientras la versión foquista de este razonamiento, lleva a plantear acciones de propaganda armada y el terrorismo individual, la versión “democrática” para períodos de reflujo de masas, plantea que es tarea de la vanguardia hacer aquello que sólo las masas son capaces de hacer: reconstruir sus organizaciones y revitalizarlas. Estos procesos, de acción directa, son propios del accionar de las masas y en ellos las masas son irremplazables.
La verdadera tarea de los revolucionarios –como la fracción más lúcida y esclarecida del activismo- es la de agrupar a la vanguardia en torno al programa proletario, para politizar el accionar de las masas, y sólo en esa medida asumir un papel conductor. No es tarea de los revolucionarios “recomponer” , sino que la “incidir” en el propio accionar de las masas de forma de contribuir a su politización, de elevar su accionar a la altura de las necesidades históricas de las masas expresadas en la estrategia de la revolución y dictadura proletarias.
Se trata de convocar a la vanguardia, no a adaptarse a la opinión pública burguesa que se enseñorea en las masas, se trata, muy por el contrario de hacer entroncar a la vanguardia con el torrentoso accionar revolucionario de las masas de forma de potenciar sus tendencias al enfrentamiento entre clases. Al revés del stalinismo, que orienta a la vanguardia a fundirse con la retaguardia de las masas, convocándola a recomponer el tejido social, de forma de aplacar el enfrentamiento entre las clases sociales en aras de la protección de la democracia burguesa; los trotskystas planteamos a la vanguardia liderar el descontento de las masas, impulsar la lucha de clases y potenciar la politización de las masas de forma de expulsar del poder a la burguesía.
            La segunda “idea fuerza” del stalinismo es, ¡cómo no!, la sacrosanta unidad de la izquierda. Esta idea emerge con fuerza especialmente en los períodos electorales con más vehemencia que con claridad, pero se pone de relieve que esta unidad es la herramienta superadora de la dispersión política y por ende potenciadora de las luchas, etc.. Es propio de este concepto la idea de que la política correcta es aquella que equilibra las distintas posiciones, que es el resultado de la generosidad y las composiciones. La unidad se percibe al margen de cualquier consideración de tipo programática, y adquiere por lo mismo el carácter de estratégica.
            Esta concepción sirvió, con un lenguaje más ligado al socialismo, a la política de colaboración de clases que sirvió de base al frentepopulismo stalinista desde los años 30 hasta el Golpe del 73, cuatro décadas durante las cuales el PC se subordinó al latifundiario Partido Radical . Luego del Golpe, el PC se esforzó infructuosamente por dar cuerpo a un Frente Antifascista que uniera a la ex-UP con la golpista Democracia Cristiana, el centro de este planteamiento era la recuperación de la democracia. El único efecto práctico de esta política fue impedir la caída revolucionaria de la dictadura pinochetista, y viabilizar una ordenada transición a un régimen civil. En Octubre de 1984, el Paro Nacional convocado por el MDP (PC, PS Almeyda y MIR) paralizó completamente al país, poniendo en evidencia que la caída de la Dictadura no dependía de la “unidad” con la DC, sino que de una convocatoria preparada desde las bases y que se propusiera derrocar a la Dictadura con el accionar de las masas. El Paro convocado por sólo dos días y levantado por determinación del propio MDP, por no lograr consumar su orientación objetiva dejó la iniciativa en manos de Pinochet, quien desató una ofensiva represiva que desembocó en la declaratoria de Estado de Sitio. Una vez más, la unidad con los burgueses “progresistas” de la DC demostró no ser otra cosa que la subordinación a sus intereses de clase.
            En la actualidad la llamada unidad de la izquierda, insistimos, al margen de la estrategia del proletariado (la revolución obrera) y con una exclusiva perspectiva electorera, constituye un obstáculo para la unidad de los explotados ya que los subordina a los intereses y a la institucionalidad de los patrones. Los distintos referentes electorales del PC en la última década, luego de plantearse como la máxima expresión de “unidad y lucha”, han pasado al olvido sin pena ni gloria: PAIS, Izquierda Unida, MIDA. En la actualidad esta concepción sigue a flote en la idea de ser el PC “la Izquierda”, etiqueta tras la cual se encarama más de algún oportunista del tipo Moulian o grupos filostalinistas como la Surda, algunas astillas del MIR, etc..
La unidad que demandan las masas en lucha sólo puede forjarse bajo la conducción y estrategia del proletariado, la revolución y dictadura proletarias, cuestión que ha de expresarse como acción directa, lucha y movilización de las masas jamás en el terreno electoral –las elecciones sólo sirven a la partido revolucionario para potenciar la propaganda en torno a estas ideas- y que, en Chile ha de asumir la forma de un Frente Único Antiimperialista. Se trata no de unir aparatos para las elecciones, se trata de unir al proletariado y a la nación oprimida en torno a un Pliego Nacional de Reivindicaciones, con una perspectiva de revolución social y nacional.
Estos dos conceptos recomponer el tejido social y unir a la izquierda son funcionales a la llamada “estrategia” stalinista: la Revolución Democrática. Dicha “Revolución” tiene lugar bajo los marcos de dominación burguesa, por lo que es posible su realización sin afectar las bases sociales de la explotación capitalista, esta cuestión en la actualidad asume el nombre de el “término de los enclaves pinochetistas”.
La revolución democrática entronca en la vieja tesis de la revolución por etapas, vale decir, partiéndose de la afirmación de que nuestro país no estaría maduro para el Socialismo, corresponde al proletariado apoyar a la facción “progresista” de la burguesía criolla –también se le adjetiva de “nacionalista”, “industrial”, “democrática”- de forma de que se desarrolle plenamente el capitalismo. Esta Revolución democrática, en consecuencia, por la tareas históricas que enfrenta no es otra cosa que una Revolución burguesa, al menos ese fue el contenido que sostuvo el stalinismo hasta 1973.
La primera etapa de la revolución, repetimos de carácter burgués, resolvería las cuestiones de la independencia nacional, democracia y reforma agraria. Esta concepción ha demostrado su carácter reaccionario toda vez que se hipoteca la independencia política de los explotados en la perspectiva de apoyar a una inexistente burguesía progresista. La historia nos ha demostrado innumerables veces a lo largo del siglo XX la imposibilidad absoluta de que la burguesía pueda jugar un papel revolucionario, de desarrollo de las fuerzas productivas, como consecuencia de la decadencia global del capitalismo en su fase imperialista. Esta concepción leninista y trotskysta, forma parte del ABC del marxismo y su negación sólo puede ser consecuencia del abandono de la lucha por la revolución obrera.
Sin embargo, esta caracterización de revolución democrática como revolución burguesa, permite comprender su origen histórico, y demuestra el carácter colaboracionista de clases y contrarrevolucionario del PC, pero no corresponde exactamente a la definición stalinista actual. En la actualidad la revolución democrática como categoría, no alcanza a contener las tareas propias de una revolución burguesa, quedando por debajo de la plataforma liberal de la revolución burguesa. Revolución democrática tiene como exclusivo contenido programático barrer con los enclaves pinochetistas, lo que se resume en cuatro cuestiones: 1.- Reformas laborales, que no alcanzan para echar abajo al Plan Laboral; 2.- Reforma tributaria, que significa aumentar el impuesto a la renta ignorando que este aumento impositivo volverá finalmente a golpear los salarios; 3.- Verdad y Justicia, que se sintetiza en la anulación de la amnistía lo que planteado en el marco jurídico actual no afecta la impunidad de los genocidas; y, 4.- Reformas Constitucionales, especialmente del régimen electoral binominal de forma de verse ellos representados parlamentariamente.
Estas mezquinas tareas, de las que se encuentra ausente todo cuestionamiento al orden social cimentado en la propiedad privada de los medios de producción, consideradas en el marco de un plan de lucha, podrían tener viabilidad al menos como demagogia. Sin embargo, todas estas tareas de acuerdo al planteamiento stalinista han de ser cumplidas por la vía de las elecciones y del respeto del actual orden institucional, orden al que se le enseña los dientes pero que de ninguna manera se ataca. El electoralismo que demencialmente sigue sosteniendo el PC, transforma su discurso en su opuesto. De afirmadores de un tibio discurso liberal, terminan transformados en instrumentos del régimen y de su política pro-imperialista. La práctica política del PC, más allá de los charangos latinoamericanistas, afirma al régimen actual, las ilusiones de las masas en la democracia burguesa y en sus dirigentes. Esta es la explicación de la irrelevante presencia electoral del stalinismo.
Efectivamente, en el marco de la crisis económica actual, del creciente descontento de las masas, era el momento para que la política oportunista del PC lo hubiera transformado en una potencia electoral. No ocurrió así, y es más, el desgaste del Gobierno ha sido capitalizado por la Derecha reconvertida en lavinista. La explicación es muy simple: el PC no es percibido como una alternativa precisamente porque no lo cuestiona y aparece como un sostenedor “crítico” del mismo. Aparece ante las masas como un impotente comentarista que aspira “mejorar” el rendimiento de los dirigentes de la Concertación.
Demostración palmaria de este aserto lo configura la “Propuesta de Acuerdo Electoral del PC y la Concertación”, en esta línea calificada en Diciembre pasado por El Siglo como realista, democrática y nacional, el PC se ofrece para integrar dos o tres nombres a la lista de la Concertación, comprometiéndose de esta forma a hacer campaña por la coalición gobernante. Este acuerdo abriría las puertas a las transformaciones democráticas que el país necesita, desde este punto se envía un curioso ultimátum a la Concertación en una carta enviada por Gladys Marín a los dirigentes de la Concertación el pasado 10 de Diciembre: “Si la Concertación rechaza nuevamente esta propuesta (que el PC plantea desde 1997) quedará al desnudo su falta de una real voluntad y consecuencia democráticas, y será responsable de reforzar un sistema que a todas luces está agotado, y que será inevitablemente sobrepasado por la fuerza de las masas si no se reforma”.
Lo expuesto en este aspecto medular de la propuesta del PC adiciona a su planteamiento de colaboración con el Gobierno Pro-imperialista de Lagos, dos cuestiones clave. Primero, que el rechazo de la propuesta del PC por parte del Gobierno evidenciaría su falta de voluntad y consecuencia democráticas, vale decir, para los stalinistas hace falta esta respuesta para confirmar algo que según ellos no sería evidente luego del apoyo de Lagos a Pinochet, de la represión a los Mapuches, de la entrega del país a las transnacionales y de su ofensiva contra los trabajadores; con esto se revela que esta propuesta persigue principalmente apoyar al Gobierno, alimentar las ilusiones en él, al punto que los autoproclamados auténticos demócratas, el PC, “la Izquierda”, están dispuestos a plegarse a su plantilla parlamentaria.
No obstante, una segunda cuestión que se desprende de esta carta es aún más trascendente, en esta carta se evidencia el carácter abiertamente contrarrevolucionario de esta orientación política. El PC advierte al Gobierno que éste “será responsable de reforzar un sistema que a todas luces está agotado, y que será inevitablemente sobrepasado por la fuerza de las masas si no se reforma”. Le advierte al Gobierno que si no se pliega a su política las masas pasarán por encima del régimen, en definitiva los stalinistas le indican al Gobierno que ellos sí serán capaces de parar a las masas y contenerlas. El PC compite con el Gobierno en la realización de una tarea contrarrevolucionaria: las reformas democráticas.
la construcción del partido obrero revolucionario
Toda esta exposición, sobre las concepciones fundamentales que viven en la política de la principal referencia de izquierda en nuestro país, el PC, se hacen necesarias para la estructuración del programa, de la teoría política del proletariado chileno. No será posible que las masas superen este escollo en su desarrollo y maduración política, si previamente su vanguardia no logra derrotarle en el terreno de las ideas. La derrota ideológica de la burguesía chilena, llevará consigo la derrota del stalinismo en tanto uno de los puntos de apoyo del propio régimen burgués. Esta derrota ideológica es una consecuencia obligada de la propia estructuración de la dirección revolucionaria: su propio partido obrero.
Hemos demostrado que la crisis capitalista empuja a la humanidad hacia un abismo, no hay posibilidad de acomodar las superabundantes fuerzas productivas a las arcaicas relaciones de producción burguesas. Esto es un hecho indiscutible y ningún obrero honesto podría poner en duda esta cuestión. No es necesario ser un estudioso de la historia para comprender este problema.
No obstante esta enorme evidencia, no resulta igualmente claro cuál es el camino político que han de seguir los explotados en la lucha por su emancipación. Las quiebras estrepitosas de los aparatos de izquierda, su travestismo ideológico y la prostitución de sus dirigentes, arrojan una oscura sombra sobre la perspectiva de poner en pie un auténtico partido revolucionario. En este verdadero combate hemos de echar mano de la experiencia política acumulada por el proletariado mundial.
En Mayo de 1940, a semanas de ser asesinado por la contrarrevolución stalinista y en medio de una Europa ocupada de cabo rabo por las hordas fascistas, León Trotsky, el último de los grandes dirigentes proletarios y, junto a Lenin, conductor de la primera revolución obrera de la historia en la Rusia del 17, señalaba en su “Manifiesto sobre la Guerra”, el camino a seguir por los revolucionarios en un entorno político en que la contrarrevolución se imponía sin contrapesos: “El mundo capitalista no tiene salvación, a menos que así se considere una agonía mortal prolongada. Es necesario prepararse para largos años, décadas tal vez, de guerra, insurrecciones, breves intervalos de tregua, nuevas guerras y nuevas insurrecciones. Un joven partido revolucionario debe obrar según tal perspectiva. La Historia le suministrará bastantes ocasiones y posibilidades de probarse, de acumular experiencia y de madurar. Cuanto antes se fusionen las filas de la vanguardia, tanto más breve será la época de convulsiones sangrientas y tanto menos destrucción padecerá nuestro planeta. Pero el gran problema histórico no hallará solución en ningún caso mientras no acaudille al proletariado un partido revolucionario. Las cuestiones de ritmo e intervalos tiene seguramente enorme importancia; mas no modifican ni la perspectiva histórica general ni la orientación de nuestra política. La conclusión es simple y única: es necesario proseguir la obra de educar y organizar la vanguardia proletaria con energías multiplicadas. Esta es precisamente la tarea de la Cuarta Internacional.”
La certeza de esta proyección ha alcanzado durante el siglo XX ribetes dramáticos, la extraordinaria lentitud de la reconstrucción de la dirección revolucionaria, ha tenido como principal consecuencia la extensión aparentemente sin límites de sangrientas convulsiones sociales y de la destrucción de nuestro planeta. Efectivamente, el proletariado no ha sido acaudillado por un partido revolucionario y por lo mismo esta conclusión debe servirnos para prepararnos  para largos años de insurrecciones y guerras. Hemos de prepararnos para batallas de largo aliento, pero he aquí una cuestión decisiva, los ritmos, los recodos en el camino no pueden modificar ni la perspectiva histórica general ni la orientación de nuestra política. La conclusión es única: : es necesario proseguir la obra de educar y organizar la vanguardia proletaria con energías multiplicadas. Tal es la ineludible tarea de los marxistas revolucionarios, de los trotskystas, de los reconstructores de la IV Internacional.
En esta lucha descomunal por poner en pie el partido revolucionario, se hace imperioso apropiarse de la experiencia histórica de las masas en lucha. La experiencia condensada en el Manifiesto Comunista, los Cuatro Primeros Congresos de la Tercera Internacional, la Tesis de la Revolución Permanente y el Programa de Transición de la IV Internacional. La experiencia marx-leninista-trotskysta del Partido Obrero Revolucionario de Bolivia, única referencia actual y viviente coloso programático de la clase obrera a lo ancho del orbe. A partir de estas referencias políticas podemos levantar orgullosos las banderas obreras del internacionalismo, de la revolución mundial y su punto de partida, la Revolución y Dictadura Proletarias. Ninguna corriente política, a excepción del trotskysmo, puede exhibir una incorruptible trayectoria de fidelidad a la estrategia del proletariado, ni un programa –el Programa de Transición de la IV Internacional- cuyas tesis a más de 60 años de ser formuladas, no hagan sino corroborarse día a día.
En Chile esta tarea ha permanecido inconclusa por el trotskysmo debido a la incapacidad del mismo de estructurarse como partido, de construir su propio programa, la teoría de la revolución chilena. En nuestro Programa –de Febrero de 1998- afirmamos que nuestro país es una incógnita para el marxismo, con ello significamos que nuestra historia no registra así sea un intento, por parte de las corrientes que se han reclamado de la IV Internacional, de formular un programa que exprese las particularidades de la revolución en Chile, sus rasgos diferenciales, la caracterización de las clases sociales, en una palabra: las leyes que rigen el desenvolvimiento de la Revolución Mundial en nuestro país. Nuestro Comité Constructor del POR ha iniciado esta tarea y hemos combatido incansablemente, con errores y desviaciones, pero con la certera convicción de batallar por poner en pie el partido de la Revolución y Dictadura Proletarias.
Sobre estas bases teóricas y programáticas llamamos a los revolucionarios a agruparse. No los llamamos a formar centros de estudio, ni sindicatos, ni aparatos electorales. No llamamos a quienes se reclaman del socialismo a silenciar la critica anticapitalista con la excusa de que “es necesario sumar fuerzas”. Llamamos, con todas sus letras, a construir el partido de la revolución obrera, la sección chilena del Partido Mundial de la Revolución Socialista, la IV Internacional. El fracaso del stalinismo y sus vertientes maoístas y castristas; la capitulación de todas las corrientes nacionalistas; y la putrefacción y el desarme ideológico que promueven los anarquistas, dejan al trotskysmo como referencia obligada de las masas en lucha, por ser la Dictadura del Proletariado la única salida para la crisis del país.
Las conquistas políticas de las que nos reclamamos, adquieren mayor vigencia hoy en día. En esta época en que la farsa de “democracia” burguesa, hace evidente su carácter de dictadura patronal opresiva y expoliadora de las masas, cae por su base toda concepción democratista y electorera como motor de los cambios sociales. Se hace igualmente evidente el necesario carácter violento de la revolución, violencia ejercida por las masas y que expresa a nivel social el choque entre las relaciones capitalistas de producción, entre la producción social y mundial y su apropiación privada.
La llamada globalización capitalista, que no es otra cosa que la exacerbación de la decadencia imperialista del capitalismo, y la estrepitosa caída del stalinismo ponen también a las claras la imposibilidad de la convivencia entre socialismo y capitalismo. La revolución proletaria, la revolución chilena, no será sino un preludio del desarrollo de la Revolución Mundial. La Revolución chilena sólo podrá desarrollarse como instrumento para el desarrollo de la Revolución en la arena internacional, no “exportando la Revolución” ni haciendo “Vietnams” como planteara el infantilismo castro-guevarista, sino que potenciando el desarrollo de la IV Internacional, contribuyendo al desarrollo de poderosos partidos obreros.
Por otra parte, el extraordinario aumento de la opresión imperialista política, económica y militarmente, nos obliga a desarrollar una política de Frente Único Antiimperialista (FUA). Nuestra minoritaria clase obrera, que por su ubicación en el proceso productivo y por ser parte de una clase mundial, es la única capaz de responder a los grandes reclamos sociales y nacionales. Democracia, pan, libertad, trabajo, vivienda y educación son reclamos de las masas que la burguesía no puede satisfacer. La burguesía sólo ofrece hambre, miseria y represión crecientes, ya que sólo puede servir los intereses del capital imperialista del cual es su instrumento. Sólo la clase obrera, el proletariado, es capaz de llevar hasta el final la lucha contra el capital y de asumir el poder, de imponer su propio gobierno; sin embargo, su carácter minoritario debido al atraso general del país, obliga a asumir además de las tareas de emancipación social, aquellas propias de la emancipación nacional, antiimperialistas.
En esta tarea la clase obrera debe acaudillar a las amplias masas explotadas de la ciudad y el campo, que no siendo proletarias sufren la opresión del capital. Para es necesario estructurar el FUA, para efectivizar este liderazgo y potenciar la revolución obrera. Hay quienes, impresionados por los botoncitos de internet, han visto en la globalización el fin de la lucha nacional. Utilizando osadamente un lenguaje “marxiano” nos refieren que la lucha antiimperialista sería una cosa del pasado, que han muerto los estados nacionales y que habría que limitarse a pelear por la revolución social. Es más, que sería reaccionario plantear la defensa de la nación oprimida frente al imperialismo. Este planteamiento, típicamente pequeñoburgués, ignora la contradicción entre nación oprimida y nación opresora –desarrollada en las Tesis de Oriente de la III Internacional- y tiene como resultado ignorar los poderosos movimientos nacionales que atraviesan la lucha de clases mundial, privar al proletariado de disputar la conducción de estos movimientos. Es más, al sacarnos –esta concepción- de la lucha antiimperialista, terminan estos “izquierdistas” poniéndose del bando imperialista.
En el mismo sentido, la auténtica lucha por las libertades democráticas, debe ocupar el grueso de nuestros esfuerzos. Debemos ser capaces de desenmascarar a los democratistas entregados a la burguesía, y plantear con claridad que la auténtica democracia es la Dictadura del Proletariado, es decir de la mayoría explotada sobre la minoría explotadora. Un régimen sovietista, de concejos, de asambleas, es el único que puede asegurar la emancipación de explotados y oprimidos. Un Chile gobernado por concejos obreros, como lo que embrionariamente expresaran los cordones industriales, es la única salida a la profunda crisis social que corrompe nuestro país.
Consumar estos objetivos, requiere de las tres premisas que planteara Trotsky: el partido, el partido y el partido. La estructuración del programa proletario sólo puede encarnar en las masas y transformar la realidad que desentraña, en tanto se exprese organizativamente como partido político. Una organización de combate, para la acción directa; conspirativo, para enfrentar la represión implacable que descargarán sobre él los enemigos de clase; de militantes profesionales, auténticos cuadros revolucionarios que subordinen todos los aspectos de su vida a la lucha revolucionaria; centralista democrático, para absorber la experiencia de los militantes en la vigorosa lucha de ideas para volcarla transformadoramente sobre la realidad. En una palabra: un partido del nuevo tipo, leninista, bolchevique.
Este es nuestro llamado, por la unidad de los revolucionarios en torno a la estrategia del proletariado. Esta es la unidad que necesitamos para derrotar a Lagos y a la burguesía HOY. Esta unidad comienza en el partido, para desplegar la necesaria política revolucionaria que encarne la ira y el descontento de la mayoría explotada y humillada. Es este partido el que debemos construir para dar continuidad a la lucha que hace más de cien años comenzó en las pampas salitreras. Para vindicar la sangre de los caídos en la lucha por el Socialismo, los de Santa María de Iquique, los de Ranquil,  los de Pampa Irigoin, la sangre de millones de obreros y explotados que ha regado pampas y valles, desde Atacama hasta la Patagonia. Esa tradición de lucha irreductible de la que somos herederos y que es tributaria de la lucha de los obreros del mundo entero, nos permite decir: ¡PROLETARIOS NO HAY OTRO CAMINO QUE UNIRSE BAJO LA BANDERA DE LA IV INTERNACIONAL!
Valdivia, Febrero de 2001

 

 

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